Por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo… Así que ya no eres esclavo, sino hijo. Gálatas 4:6-7
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. Mateo 11:29-30
En el Nuevo Testamento a menudo la libertad está relacionada con el hecho de que somos hijos de Dios. Ante Dios ya no somos “esclavos”, sino “hijos” (Gálatas 4:7).
Cuanto más aprendamos a conocer a Jesús, más descubriremos al Padre. Conocer a Dios como nuestro Padre es entrar en la realidad más profunda del amor. Gozar de tal amor saca de nuestros corazones los temores. Entonces, una nueva libertad puede desarrollarse, esta libertad que hacía a Jesús tan atractivo y real.
En todas las circunstancias podemos sentir y disfrutar del amor del Padre. Siempre podemos acudir a él por medio de la oración y la adoración, sin ningún impedimento, pues todos nuestros pecados han sido perdonados a través de la sangre de Jesús. Por el Espíritu clamamos “¡Abba Padre!”, es decir, «Padre querido» (Romanos 8:15). Invocar a Dios como Padre también significa tomar conciencia del honor y de la obediencia que le debemos.
Al privilegio bendito de ser hijos de Dios se agrega el de reconocer a Jesús como nuestro Señor. En la práctica, al someternos a Cristo obedeciendo a su Palabra, al tomar su yugo, somos liberados progresivamente de todo el peso que nos abruma (Romanos 10:9).
(La serie «Libre en Cristo» continuará mañana).
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Fuente: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
http://labuenasemilla.net calendarios@labuenasemilla.net
http://ediciones-biblicas.ch
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. Mateo 11:29-30
En el Nuevo Testamento a menudo la libertad está relacionada con el hecho de que somos hijos de Dios. Ante Dios ya no somos “esclavos”, sino “hijos” (Gálatas 4:7).
Cuanto más aprendamos a conocer a Jesús, más descubriremos al Padre. Conocer a Dios como nuestro Padre es entrar en la realidad más profunda del amor. Gozar de tal amor saca de nuestros corazones los temores. Entonces, una nueva libertad puede desarrollarse, esta libertad que hacía a Jesús tan atractivo y real.
En todas las circunstancias podemos sentir y disfrutar del amor del Padre. Siempre podemos acudir a él por medio de la oración y la adoración, sin ningún impedimento, pues todos nuestros pecados han sido perdonados a través de la sangre de Jesús. Por el Espíritu clamamos “¡Abba Padre!”, es decir, «Padre querido» (Romanos 8:15). Invocar a Dios como Padre también significa tomar conciencia del honor y de la obediencia que le debemos.
Al privilegio bendito de ser hijos de Dios se agrega el de reconocer a Jesús como nuestro Señor. En la práctica, al someternos a Cristo obedeciendo a su Palabra, al tomar su yugo, somos liberados progresivamente de todo el peso que nos abruma (Romanos 10:9).
(La serie «Libre en Cristo» continuará mañana).
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