Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente dí la palabra, y mi criado sanará.
Mateo 8:8
Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Efesios 2:8
No pensaríamos hallar en los evangelios dos de esos capitanes de la legión romana. Acostumbrados a mandar, por lo general eran déspotas, y el papel que desempeñaban en el ejército de ocupación no parecía disponerlos a volverse hacia Jesús, ese judío menospreciado aun por sus compatriotas.
El primero es el de Capernaum (Mateo 8:5-13). Amaba a uno de sus criados que estaba muy enfermo. El centurión oyó hablar de Jesús, a quien llevaban a los enfermos y él los curaba (Mateo 4:24), pero el centurión no se creía digno de que Jesús entrara en su casa, ni aun de ir él mismo a dirigirle la palabra (Lucas 7:7). Sin embargo, decidió pedirle que sanara a su siervo con una palabra. Esta petición demostraba tal fe en el amor y el poder de Jesús, que éste, lleno de admiración, respondió inmediatamente.
La forma de actuar de este hombre es un modelo para quien quiere acudir a Dios. Primero es necesario ser conscientes de que no merecemos nada. Nadie tiene derecho alguno que pueda hacer valer ante Dios. Todas nuestras justicias son como ropa sucia ante el Dios santo (Isaías 64:6). No obstante, se puede confiar en él: tiene tanto el deseo de curar como el poder para hacerlo. Él espera a que lo llamemos, como el leproso que acudió a Jesús y le pidió: “Señor, si quieres, puedes limpiarme… Y al instante su lepra desapareció” (Mateo 8:2-3).
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Fuente: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
http://labuenasemilla.net calendarios@labuenasemilla.net
http://ediciones-biblicas.ch
Mateo 8:8
Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Efesios 2:8
No pensaríamos hallar en los evangelios dos de esos capitanes de la legión romana. Acostumbrados a mandar, por lo general eran déspotas, y el papel que desempeñaban en el ejército de ocupación no parecía disponerlos a volverse hacia Jesús, ese judío menospreciado aun por sus compatriotas.
El primero es el de Capernaum (Mateo 8:5-13). Amaba a uno de sus criados que estaba muy enfermo. El centurión oyó hablar de Jesús, a quien llevaban a los enfermos y él los curaba (Mateo 4:24), pero el centurión no se creía digno de que Jesús entrara en su casa, ni aun de ir él mismo a dirigirle la palabra (Lucas 7:7). Sin embargo, decidió pedirle que sanara a su siervo con una palabra. Esta petición demostraba tal fe en el amor y el poder de Jesús, que éste, lleno de admiración, respondió inmediatamente.
La forma de actuar de este hombre es un modelo para quien quiere acudir a Dios. Primero es necesario ser conscientes de que no merecemos nada. Nadie tiene derecho alguno que pueda hacer valer ante Dios. Todas nuestras justicias son como ropa sucia ante el Dios santo (Isaías 64:6). No obstante, se puede confiar en él: tiene tanto el deseo de curar como el poder para hacerlo. Él espera a que lo llamemos, como el leproso que acudió a Jesús y le pidió: “Señor, si quieres, puedes limpiarme… Y al instante su lepra desapareció” (Mateo 8:2-3).
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