
-Regando las plantitas que Dios hizo…-
-Si señor – le respondí.
-Así riega Dios el Árbol de la vida- me dijo con una sonrisa que yo correspondí.
-¿Se le ofrece algo?- Pregunté.
-Si, un poco de agua- solicitó.
Lo mandé a pasar y se detuvo ante un pequeño árbol de acacia, se lo quedó mirando. Vi su barba blanca, sus ojos azules, su cabello largo y su traje marrón, que aunque era viejo se veía bien conservado. Fui a la cocina a buscar el agua, y algo de alimento. Mi esposa y mis dos hijos dormían. Traje un pan con queso y un vaso de agua fría.
-Tome- le dije.
-¡Gracias!- me respondió y comenzó a comer.
Sus manos eran finas y limpias, comía mirando hacia el jardín, miraba el pequeño árbol de acacia. Se puso a escribir en la arena mojada del jardín. Nada perturbaba su silencio.
-¿Cómo se llama?- Pregunté.
-Juan- Me respondió y siguió comiendo.
-¿Dónde vive?- Volví a preguntar.
-En todas partes- me dijo en un tono muy bajo que apenas logré escuchar.
Tomó el vaso de agua y comenzó a tomársela muy lentamente y dijo en voz baja:
-El Pan y el Agua de Vida-
¿Que dijo?- le pregunte acercándome y mirándolo a los ojos.
-Unas viejas palabras que escribí hace muchos años- me respondió con una sonrisa melancólica.
-Usted mi hermano y amigo hospitalario, recibirá una recompensa de Profeta porque me acogido sin reproches - Seguía sin entender esas palabras.
-Está recitando la Biblia señor- le dije.
-¿La Biblia?- me preguntó mirándome a los ojos-
-La Biblia, el libro sagrado para gran parte de la humanidad, pero que pocos respetan. En ella todos encuentran justificación para todas las acciones buenas o malas que emprenden. El que explota a su semejante dice que es voluntad de Dios y el explotado dice que su condición se debe a la misma razón. Sin embargo hay que leerlo porque en ella hay palabra de vida- agregó con un tono convincente.
Lo oía callado, algo en el me cautivó, parecía mas anciano que lo que aparentaba, pero estaba muy bien conservado.
-En el principio era la Palabra… - dijo mirando al cielo.
-Y la Palabra era Dios… -agregué.
- ¡Es Dios! - me corrigió.
Recogió sus cosas y se dispuso a marcharse.
-¿A dónde va?- le pregunté.
-Seguiré mi largo peregrinaje- me dijo mirándome a los ojos.
-¿Por qué no se queda? Es tarde y esta zona es bastante sola y peligrosa de noche- le recalqué.
-Seguiré mi camino que es largo y se me ha hecho algo casi eterno- me dijo- Además no estoy solo.
-Pero solo lo vi llegar a usted, nadie más anda con usted amigo- le dije y me interrumpió.
-Sigo, al Camino, la verdad y la vida- dijo mirándome a los ojos.
-¡A Jesús!- exclamé.
Si, la Palabra hecha humanidad- me respondió. -Es mi mejor amigo, me quiere mucho- me dijo con mucha seguridad.
Miré a sus ojos azules, noté mucha sinceridad, un escalofrío recorrió mi espalda.
-¿Será un loco? – pensé.
-No soy un loco- me respondió con una sonrisa y mirándome con mucha ternura y adivinando mi pensamiento.
-Tampoco soy un fantasma, soy un hombre de carne y hueso- me dijo mirándome.
-¿Qué edad tiene usted?- le pregunté con cierto temor inexplicable, solo me sonrió.
-Tú lo sabes- me dijo.
Miró a la vieja iglesia que yo pastoreaba, quedaba justo al lado del jardín, se volteo y me dijo:
-Llegará el tiempo que ni aquí, ni en Jerusalén se adorará…. -Dijo caminando hasta la calle.
Corrí hasta el portón que daba a la calle, en el intento vano de detenerlo.
-Juan, ¿De donde viene? ¿A dónde va? – le pregunté.
-Voy a visitar otras vidas y vengo de muy lejos- y en ese instante se desapareció frente a mi vista.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Salí corriendo a la calle y recorrí las cuatro esquinas de mi cuadra, no lo encontré, desapareció. Regresé a mi casa y me acosté a dormir, con la esperanza que hubiera sido un sueño.
Al levantarme, fui al jardín y en el lugar en el cual el anciano se había sentado. Conseguí el vaso y el plato en los cuales le había dado el pan con queso y el agua, el pequeño árbol de acacia lo encontré prematuramente florecido y una escritura en la arena: Ιωάννης της Πάτμου.
Por. Obed Juan Vizcaíno Nájera. Venezuela.
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